Perlas de la filosofía - El amor tóxico según Santo Tomás
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| vie, 17 nov, 17:42 (hace 15 horas) | |||
Hay una frase hermosamente tramposa de San Agustín que dice: “Ama y haz lo que quieras”. Parece autorizarte a hacer cualquier cosa. Y, sí, no hay ninguna limitación en el hacer. Podés hacer lo que quieras. Pero la limitación viene por el querer. Porque, si amás, lo único que vas a querer es el bien del otro. Amar es desear el bien del otro, por lo que, si amás y hacés lo que deseas, siempre vas a buscar el bien de los demás. Un genio, Agustín.
Tomás de Aquino, que admiraba profundamente a Agustín, retoma la misma idea: el amor es, simplemente, desear el bien de la otra persona. Implica cierta unión afectiva, sin la cual difícilmente llamaríamos a ese deseo “amor”, pero es esencialmente el deseo del bien, no la unión afectiva. Tomás usa una palabra para expresar el deseo de bien: “benevolencia”. Etimológicamente es impecable: bene (bien) volencia (querer). Ser benevolente es querer el bien del otro.
Puede darse la unión afectiva sin benevolencia. Es el tipo de relación que tenemos con muchas cosas. Puedo sentir cierto afecto por esta remera que me gusta, o por mi celular. Pero sólo en un sentido muy metafórico diría que le deseo el bien a mi remera o a mi celular. Más que desearle el bien, deseo que me haga bien a mí. La diferencia puede parecer sutil, pero es fundamental: una cosa es desear el bien para alguien y otra que ese alguien sea un bien para mí. De hecho, el afecto que siento lo siento porque me es útil, porque me sirve a mí. Puedo cuidarlos, tratarlos con afecto, y tener otras actitudes que serían indistinguibles de las que tenemos cuando amamos a alguien, pero la razón es muy distinta: lo hago para que pueda seguir siéndome útil. Aristóteles dice que, cuando cuidamos el vino (guardarlo en un lugar fresco, bien tapado, etc.), no es pensando en el bien del vino, sino el bien que el vino nos va a hacer. Por eso, dice, aunque lo cuidemos no es adecuado llamarnos “amigos del vino”.
Ahora, cuando esa misma relación de afecto sin benevolencia se traslada a las personas, se convierte en un pseudo–amor, algo que tiene apariencia de amor, pero que no lo es. Siento cierta unión afectiva que puede llegar a confundirme, pero no deseo su bien. Busco sólo que me haga bien a mí, como el celular. Tomás diría, no es amor. Es una relación tóxica. Muy tóxica porque no hay verdadera reciprocidad. Y quien genuinamente ama a quien no lo ama genuinamente está en una situación de fragilidad muy peligrosa.
Ahora, ¿cómo darme cuenta de si realmente deseo el bien o lo estoy confundiendo con la unión afectiva? La receta de Tomás es infalible: la benevolencia implica la beneficencia. “Beneficencia” suena feo hoy, suena a revolver el fondo del ropero y donar a alguna ONG la ropa que ya no uso. Pero para Tomás, de nuevo fiel a las etimologías, significa simplemente “hacer el bien”. Benevolencia es desearlo, beneficencia es hacerlo. La forma de saber que deseo el bien de otro, es buscar efectivamente el bien del otro, es trabajar proactivamente para lograrlo. Como dice Tomás: “la voluntad es realizadora de lo que quiere”.
Ahora sí, “Ama y haz lo que quieras”.
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Christián Carman
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